El candidato demócrata Zohran Mamdani fue elegido esta semana alcalde de Nueva York. Su triunfo acaparó las primeras páginas de los diarios, encabezó los noticieros de televisión, inundó las redes sociales y sirvió para los más diversos análisis. ¿Un revés para Trump? ¿El fin de una pesadilla? A pesar del avance del partido azul en otros espacios y lo que dicen las encuestas, es muy probable que presenciamos una obra coreográfica, diseñada y ejecutada por el establishment gringo, para radicalizar el proyecto que busca salvar la otrora nación más poderosa del planeta.
Joven, musulmán, miembro del ala progresista del partido demócrata, aliado de la clase trabajadora y defensor de causas de izquierda, son algunas de las “bondades” que enarbolan con alegría quienes celebran su triunfo electoral. Pero al mismo tiempo, todos esos “atributos” son listados, casi en el mismo orden, por radicales de derecha, no solo republicanos sino también demócratas, para denunciar abiertamente el peligro que representa Mamdani para la democracia estadounidense.
De hecho, uno aprecia en el discurso de su contrincante, el demócrata Andrew Cuomo, quien perdió en las primarias del partido y tuvo que lanzarse como independiente, una advertencia de lo que a su juicio significa Mamdani para el país. En el reconocimiento de los resultados, aunque conciliador, dejó escapar señales de lo que asomó más temprano al momento de ejercer su voto: una posible guerra civil en las filas del partido azul, una confrontación con las fuerzas policiales neoyorquinas y el inicio de un antisemitismo radical.
Por su parte, Donald Trump fue comedido al día siguiente durante su asistencia a un desayuno. Señaló que la derrota republicana fue producto del cierre técnico del Gobierno Federal y coincidió en algo con Cuomo: existen leyes y las vamos a usar.
Mamdani es el antagonista que esperaba Trump y el establishment gringo, incluidos demócratas conservadores, para culpar a sus enemigos de la crisis que está atravesando el gobierno. Por eso, ambos votaron contra él. Es el detonante que necesitaba EEUU para radicalizar su política, movilizar sus bases, unir fuerzas y ejecutar el segundo acto de una obra coreográfica, clásica de la política norteamericana, para salvar, no un gobierno de turno, sino todo un sistema. Algo que ya hemos apreciado en el pasado.
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