7 lecciones para ser feliz


Si alguien te preguntara ¿quién es Lorena Gallo? Seguramente no sabrías qué responder. Si cambiasen su apellido de soltera por el de casada: Bobbitt. Entonces, te reirías y responderías «la mujer que le cortó el pipi a su esposo». Si te cuestionaran ¿por qué lo hizo? Tal vez dirías que ella «se vengó» porque su pareja «no la satisfacía sexualmente» o «queria divorciarse».

Y está bien, no te juzgo, hace 32 años los medios titulaban: «Esposa se venga a rebanadas» o «El peor corte para un hombre» mientras aseguraban que ningún heterosexual podría volver a dormir tranquilo.

Sí, se trató de la castración más mediática de la historia pero todavía la gente no sabe las verdaderas razones por las cuales Lorena tomó un cuchillo de cocina, le cortó el pene a su esposo mientras dormía, huyó de casa, arrojó el miembro en un jardín cercano y se escondió en el salón de belleza donde trabajaba.

Lorena, nacida en Ecuador y criada en Venezuela, conoció a John Bobbitt, mientras se encontraba en Manassas, estado de Virginia, Estados Unidos, con un visado de estudiante.

Ella era una jovencita de 18 años, virgen, fervientemente católica. Él un sexy exmarine de 21. A los 10 meses de noviazgo, mientras estaban disfrutando un día de piscina, John se sumergió hasta el fondo y sacó un anillo de compromiso. Lorena aceptó la propuesta «para toda la vida», con «sueño americano» incluido, de quien había sido su único novio.

Pero un mes después de la boda… empezó el infierno.

Él conducía muy borracho, ella le pidió que por favor se detuviese, él la ignoró, ella movió el volante para evitar un choque, y él la golpeó hasta el cansancio.

Antes, ya habían aparecido algunas escenas de celos, a las que ella evitó prestarle atención, aunque le dolía que, en algún punto de la «pelea», él siempre la amenazaba con denunciarla a inmigración para que la deportaran.

Después, siguieron cuatro años y medio de violencia física y de obligarla a cargar con absolutamente todos los gastos. John Bobbitt no trabajaba pero siempre retiraba todo el dinero de la cuenta mancomunada (producto de los dos trabajos de ella) para irse a beber.

Al final, la obligó a practicarse un aborto, pese a su inmenso deseo de ser madre: «Escoge, esa cosa o yo». Ese embarazo, sin embargo, pudo ser el resultado de una de las tantas veces en que Lorena fue violada por John.

Aquel 23 de junio de 1993, eso fue lo que pasó.

John llegó borracho a casa. La violó más salvajemente que nunca. Luego, se quedó dormido. Ella fue a la cocina por un vaso de agua, vio el cuchillo y se le vinieron a la cabeza todos los años de abusos. Luego… no recuerda nada.

Antes de aquella noche, Lorena ya había denunciado a su marido seis veces. Cuando intento contárselo a su mamá, ella le dijo: «¿Qué haces para que se ponga tan bravo?». El internet no era lo que es hoy. Nadie hablaba de violencia doméstica a vox populi, ni siquiera en su estado de residencia (Virginia) donde 5 mujeres eran asesinadas por día. 

Cuando las autoridades encontraron a Lorena, vieron los hematomas en sus brazos y cuello. Pero solo se preocuparon por preguntarle dónde había arrojado el pene… para que pudieran reimplantárselo rápido al joven marine al servicio de la patria estadounidense, algo que los médicos lograron con éxito tras una cirugía de 9 horas y media.

Entonces, la justicia y los medios empezaron a preguntarse «y si la estaban golpeando, ¿por qué no se fue?», hablaban del «deber marital» y afirmaban que era imposible violar a tu esposa pues eso seria «una contradicción».

De hecho, en ese entonces, la propia Lorena decía «él me obligó a tener sexo» porque ella también creía que los violadores solo podían ser desconocidos que te acechaban en la calle. Es más, algunas feministas le dieron la espalda por «hacer quedar a las mujeres como locas peligrosas».

Aún así, hubo dos juicios. El primero contra él por abuso sexual. John lo negó todo y dijo que ella lo había atacado porque él le pidió el divorcio. Ese día, la gente salió a las calles a apoyarlo. Se vendieron franelas con la cara de Lorena endemoniada con un cuchillo en la mano y la franela «el amor duele», dulces con forma de pene y penes de plástico descabezados. John fue declarado «inocente». La ley que regía en Virginia sólo consideraba posible el delito de violación si la pareja vivía separada o si había daños físicos muy graves.

Luego, vino el juicio contra ella. A Lorena la juzgaron por «lesiones graves con alevosía» pero… se demostró que había pedido ayuda al 911 varias veces, que las clientas de la peluquería siempre la veían llena de morados, y los propios amigos de John declararon que él solía decirles que le gustaba que las mujeres «se retorcieran de dolor cuando tenía sexo, sangraran y pidieran auxilio».

Por eso, aunque Lorena enfrentó una condena de 20 años de prisión, también fue declarada «no culpable».

Un inocente y una «no culpable» que después vivieron sus vidas de formas muy distintas.  

John fue stripper, actuó en películas porno, y hasta se hizo una cirugía de alargamiento y engrosamiento peneano que, cual karma, salió mal, pero aún así siguió facturando. Todo esto a pesar de que su segunda pareja lo acusó por violencia, y otra mujer denunció que la mantuvo cautiva durante tres días, la torturó, violó, la quiso tirar por el balcón, etc.

Lorena fue perseguida a toda velocidad por los periodisticas, un presentador afirmó durante semanas «yo no creo que él la violara, no es tan atractiva», el escritor Philip Roth la incluyó en una novela, el rapero Eminem la mencionó en un tema, los vecinos la exhortaron a mudarse, Playboy le ofreció un millón de dólares si posaba desnuda para la revista.

Ella lo rechazó todo, lo enfrentó todo.

Tras pasar una temporada en una clínica psiquiátrica por orden del juez, volvió a trabajar como manicurista. Luego fue peluquera y, finalmente, agente inmobiliaria. Siguió asistiendo regularmente a su iglesia, también se matriculó en la universidad. Allí conoció a David Bellinger, quien ignoró el apellido «Bobbit» y se enamoró del «Gallo». Se casaron y tuvieron una hija.

«Fui objeto de un montón de chistes. Era algo cruel. No entendía ¿por qué se reían de mi sufrimiento?», dice Lorena, a quien le tomó décadas y mucha terapia, poder replanteárselo todo: «Me dije: aguantaré los chistes y todo lo demás si con ello puedo ayudar a poner en la agenda el tema de la violencia de género y la violación dentro del matrimonio».

De esta forma, se convirtió en una activista por los derechos de las mujeres que lleva años ayudando a víctimas de violencia doméstica con su fundación, Lorena’s Red Wagon. Y ¿adivinen? Hoy el enfermo de John todavía le escribe cartas de amor.

Mientras tanto, yo solo consigo preguntarme: si John le hubiera cortado una parte del cuerpo a Lorena ¿habríamos vivido el mismo fenómeno mediático/cultural?

Ah, ya va, olvidaba que más de 230 millones de mujeres y niñas de todo el mundo han sido sometidas a la mutilación genital femenina y… nadie ha dicho nada.

Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13

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