7 lecciones para ser feliz


Hace muchos diciembres atrás, mi madre compró un montón de uvas importadas. Se supone que debíamos comer 12, al son de las campanadas, y pedir un deseo por cada una.

Para agilizar la tarea, y en clara consonancia con el tamaño de su fe, ella se aseguró de que fuesen “sin semillas”.

No recuerdo ni uno solo de mis deseos, pero ella si tuvo presentes los suyos durante los 365 días del año, especialmente a medida que percibía la imposibilidad de materializarlos o peor aún: cuando pasaba todo lo contrario a lo que habia anhelado.

Desde entonces, ella tomó la fuerte determinación de… no volver a comprar uvas jamás.  

Es la ecuación más sencilla ¿no? La eterna búsqueda de culpables… así tengan forma de fruta.

Hoy, 21 de diciembre, mientras “el mundo” hace rituales para “recibir al espíritu de la navidad”, yo bajé en pijama, a media tarde, por las escaleras, a buscar un delivery, con la clara intención de no salir a la calle ni tropezarme con nadie.

Entonces… me encontré con una vecina:

“Dame tu mano izquierda”, dijo, al tiempo que sacaba un marcador rojo y me pintaba el símbolo del dólar. “Ni amor ni desamor, mija. Para el 2025: plata”.

Me fui cagada de la risa. Pero, luego, fue inevitable preguntarme:

¿Qué quiero para el año que viene?

La verdad, tengo dos o quizás tres años trabajando durísimo por un deseo: mudarme.

Pero también llevo la misma cantidad de tiempo soplando las velas de mi cumpleaños pidiendo siempre lo mismo: un bebé.

Ninguno de esos sueños se ha materializado. Al contrario, hoy lucho para que el primero me siga pareciendo importante y me derrumbo cada tanto ante lo lejano que se siente el segundo.

Hoy bien podría actuar como mi madre, no ahorrar ni un dólar más, ni volver a comer torta los 13 de julio. En cambio, he decidido escuchar el consejo de un viejo afecto:

“Para, camina. Correr contra el tiempo solo te dejará cansancio y un compendio de malas decisiones”.

Y… si. Al cierre de este año, estoy cansada.

Es un cansancio diferente, no se quita al dormir, y tampoco se iría con unas largas vacaciones.  Es un agotamiento que viene de las entrañas, como quien se cansa de sí mismo.

Probablemente sea eso: estoy cansada de ir en contra del mundo y lastimarme en el viaje. No quiero ser tan dura conmigo misma y no sé muy bien cómo hacerlo.

Pero para el próximo año, solo deseo eso: dejar de correr contra el tiempo, aprender a abrazar a la incertidumbre, soltar el control, poner limites, no asumir responsabilidades que no me corresponden, no ser más la madre de gente adulta, al contrario: maternarme a mí, hallar ese lugar de mi interior que ha sabido reparar y nutrir a otros y empezar a habitarlo yo.

En este 2025 espero manejar mejor mi miedo a cagarla, a arrepentirme, a que todo salga mal, a perder lo que me importa o quedarme vacía de sentido.

Deseo ser consciente de aquello que me autoregula y no abandonarlo.

De hecho, quiero meditar como en otrora, llenar la casa de velitas con olores, ver muchas veces el mar, sentir la arena, oler el salitre y también la tierra mojada, deleitarme con el cielo y su capacidad de lucir distinto cada día, saborear cada bocado, leer lo que quiero y no lo que debo, hacerlo en un café, escribir aunque nadie me lea, volver al cine sola.

No quiero grandes retos laborales ni probar por decima quinta vez que las mujeres somos arrechas, que podemos con todo. En cambio, deseo transformar esa voz en mi cabeza que me dice 24/7 que no soy lo suficientemente buena. Tal vez el día que lo logré ya no tendré que demostrarle nada a nadie y se abriran las puertas que tanto he tenido que patear.

Al 2025 solo le pido la oportunidad de encontrar los caminos que me llevan a conocerme, aceptarme, trabajarme, y sentir un poquito de paz en el trayecto, una paz que me permita no huirle al dolor cuando aparezca, una paz que entienda que no todo estará siempre bien, que me ayude a no compararme.

En los meses venideros deseo recordar que todo es temporal como una suerte de clave que me ayude a vivir el hoy.

Como diría el maestro Gabriel García Márquez: “Con el tiempo todo pasa. He visto, con algo de paciencia, a lo inolvidable volverse olvido, y a lo imprescindible sobrar”… o no. Pero, sea como sea, que el tiempo venga y yo no corra contra el.

Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13

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