En tres meses exactos cumpliré años. Yo soy el 13 que cada 11 tiene. Este año, además, se sentirá así: como haber sido rescatada de una puta isla, como volver a mí… al reencuentro de lo que soy, lo que me gusta, lo que quiero y lo que tengo… más allá de lo que me falta o creo que me falta.
Para mi cumpleaños quiero muchas cosas: un full day a Los Roques, lanzarme en parapente en La Guaira y viajar a Mérida.
Lo primero enmarcado en mi nueva política de hacer lo que siempre he querido hacer.
Lo segundo como parte del reto de experimentar lo que me aterra, lo que en mi sano juicio jamás haría… y descubrir si puedo disfrutarlo o no.
Lo tercero forma parte de la necesidad de reencontrarme con aquello que me formó, con la Jessica más jipi, la que no temía perderse entre la neblina; la que abandonaba cualquier responsabilidad para irse a un festival de cine y pensar que la ficción podía ser realidad, que la realidad tal vez era una gran mentira; la que sentía que tenía toda una vida por delante, la que quería envejecer en el páramo pero hoy desea hacerlo al lado de la libertad que otorga el mar… lejos del conservadurismo.
Al final esa ha sido mi última lección: somos lo que fuimos ayer pero sobre todo lo que aprendimos al serlo, lo que somos hoy y lo que hacemos para construir lo que queremos ser mañana.
En julio, además, debería celebrar el final del primer semestre de la maestría que acabo de iniciar… precisamente en ese hacer lo que siempre quise, experimentar lo que me aterra, y reencontrarme con ese lado de mí que quiere creerse capaz.
Tal vez mis deseos no se cumplan. Quizás mi cumpleaños me agarre mamando y loca, mis oídos aún no estén listos para los cambios de presión, o haya raspado todas las materias… y aún así habrá algo que celebrar: el retorno del deseo.
No sé en qué momento dejé de soñar, cómo o por qué me lo permití. Tal vez haya sido Venezuela y la hiperinflación; a lo mejor me estacioné para no hacer sentir mal al carro que no podía alcanzarme, por el que hubiese estado dispuesta a ir a pie; quizás me ganó lo que los otros esperan de mí.
Pero la sensación de volver a desear es tan bonita que me hace llorar. Es como descubrir los latidos de algo que creías muerto, como la emoción de ver llegar a la persona que amas.
Todo esto se sucede en medio de días y situaciones de mierda y eso lo hace aún más valioso.
Es decir, aquellos que me leen saben que vengo de una ruptura sentimental, de un despido laboral y de calarme accionares de mierda, de una pagadera de multas, de un carro que nunca jode pero me dejo varada por primera vez en diez años y hoy exige que se le limpie el cuerpo de aceleración, de una otitis media con efusión… y un maldito tinnitus que aún no me abandona, de una muela rota, aftas, bruxismo y mucha ansiedad… pero en medio de todo eso: felicidad.
El punto es el siguiente: los procesos de sanación son lentos (y a veces ir despacio es la forma más honesta de avanzar) pero… se puede ser feliz en medio de ellos.
Se puede ser feliz incluso con un dolor profundo, con varios, con heridas que aún no sanan.
Se puede bailar, querer seguir bailando, desearlo, aunque te duelan los pies, celebrar aún en medio de lo malo. De hecho, todos lo hemos hecho alguna vez. De eso se trata “la fiesta de la vida”.
Hoy, así como busco mi propio Dios, tengo un nuevo credo, que en realidad es solo un recordatorio de aquello en lo que he creído siempre:
Creo en la vida y sus vueltas.
Creo que el amor siempre será el motor que mueve el mundo… y creo en el amor propio por encima de todo, como un requisito imprescindible para poder amar al otro, para amarlo bonito.
Y creo que el amor que damos siempre pero siempre se multiplica, que las manos que dan nunca estarán vacías y me sabe a mierda cuan cristiano o católico pueda sonar esto.
De hecho, creo que somos lo que damos.
Creo en las conversaciones francas ante el espejo… con nuestras heridas, con nuestros fantasmas, con nuestro ego, con algunos rencores, con nuestros miedos.
Creo que de todo se aprende… cuando realmente queremos aprender.
Y creo que cuando aprendemos no repetimos.
Eso: creo en las ganas, en lo que somos capaces de hacer cuando las tenemos.
Creo que, a pesar de mi impaciencia, el tiempo si nos concede algunas respuestas, algunas salidas.
Creo que, aunque a veces nos sintamos solos, si observamos bien veremos que siempre hay gente dispuesta a celebrar lo bueno que nos pasa… y escuchar, llorar, o ayudarnos a resolver lo malo.
Creo en la amistad y creo en esos encuentros con amigos donde nos dedicamos a arreglar el mundo… hablando paja, riéndonos. Y lo creo porque mi mundo se siente mejor cuando ellos están.
Creo en las cenas con vino y pido larga vida para ellas.
Creo que debemos darnos, a nosotros mismos, otras oportunidades para hacerlo mejor. Creo que la vida -casi siempre- nos las da… aunque a veces no lo veamos.
Creo en la conexión que transciende el tiempo… sí, soy una pajua pero creo en ella. Y creo en la química y me he jurado no olvidar que es tan importante como hacer del amor una elección y un trabajo diario.
Creo que alguna gente está compuesta de magia y es capaz de sacar lo mejor de nosotros.
Creo que sentir paz, tranquilidad, es el mejor afrodisiaco del mundo.
Creo que los animales son chamanes capaces de sanarnos, de restaurar nuestro equilibrio. También creo que las plantas absorben energías.
Creo que algunos trenes pasan… pero no por eso debemos incendiar la estación. Llegarán otros.
Creo en lo efímero y en lo eterno.
Creo que dentro de tres meses seré capaz de celebrar… haya pasado lo que haya pasado.
Por: Jessica Dos Santos / Instagram: Jessidossantos13
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