América Latina comenzó a ser espiada, investigada, analizada, estudiada y escaneada formalmente por los Estados Unidos hace más de 200 años, con el Gobierno de James Madison, cuando con esos fines el Secretario de Estado Robert Smith, el 28 de junio de 1810, giró instrucciones a Robert Lowry quien viajaría a Venezuela y a Joel R. Poinsett quien lo haría a Argentina y a Chile, como funcionarios diplomáticos.
James Monroe, nuevo Secretario de Estado el 14 de mayo de 1812, daba instrucciones a Alexander Scott quien se disponía a viajar como cónsul a Venezuela y llevar la primera ayuda humanitaria del mundo, aprobada por el Congreso de EEUU y solicitada por el Gobierno patriota de Venezuela, debido al terremoto de Caracas de marzo de 1812.
Esa primera ayuda humanitaria venía “envenenada,” era una excusa, pues la verdadera misión de Scott decía: “Será su deber familiarizarse con el estado de ánimo público en las Provincias de Venezuela, su competencia para el autogobierno; estado de inteligencia política y de otro tipo; sus relaciones entre sí; su disposición hacia los Estados Unidos”. Con el tiempo se habló de “inteligencia estratégica”.
Durante el siglo XX Estados Unidos prácticamente manejó a su antojo a Venezuela y con Rockefeller montado sobre el petróleo, y con el apoyo de los apellidos diseñó, estructuró y desarrolló el capitalismo venezolano (por supuesto respondiendo a la seguridad, cultura e intereses yanquis).
Existe un documento desclasificado (611, 31/6–3050) del Departamento de Estado de los Estados Unidos que en su momento fue catalogado como “ultra secreto” [Washington] 30 de junio de 1950, donde expresan: “nuestros objetivos específicos en Venezuela son: asegurar un suministro adecuado de petróleo, especialmente en tiempos de guerra, y fomentar el desarrollo de los ricos depósitos de mineral de hierro; fortalecer la amistad del pueblo y el Gobierno de Venezuela hacia los Estados Unidos, tanto como ayuda para la defensa del área estratégica de la Zona del Canal del Caribe como apoyo a la cooperación hemisférica y otros objetivos básicos de Estados Unidos”.
El sueño de los yanquicitos es volver a ese pasado donde Venezuela era alfombra de la bota imperialista.
Parafraseando a Mario Briceño Iragorry: la yanquicita quiere “borrar del libro de nuestra historia el acta de independencia”.
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